Mi relación con los idiomas podría ser rastreada hasta la infancia. A mis diez años, cantaba en el coro de niños de un gran teatro y nuestro repertorio incluía canciones en las lenguas más variadas. Motetes en Alemán, Réquiems (mis favoritos) en Latín, Operas en Italiano, Villancicos en Inglés o en Castellano, Retablos en Portugues o en Gallego...
De ahí mi facilidad para la pronunciación de cualquier idioma por imitación. Y como el maestro que nos dirigía nos explicaba las letras de lo que cantábamos, se podría decir que ganaba un conocimiento mínimo del idioma. Para mi mente de niño curioso, ese gérmen de idioma se iba encadenando con conocimientos anteriores y con búsquedas de palabras nuevas en cuanto medio tuviera a mi alcance para generar una lengua rudimentaria que conservaba cierta semejanza con la original. Hoy puede ser muy fácil meterse en la web y aprender cualquier idioma. A mediados de los ochenta, Buenos Aires todavía no se había digitalizado y las bibliotecas y diccionarios eran los principales objetivos de ataque.
Así empecé mi idilio con los idiomas. Aprendí Inglés y Portugués, más o menos formalmente, entre el colegio y alguna institución (tengo una anécdota con la Cultural Inglesa de Buenos Aires que contaré en otra ocasión para que el post no se extienda demasiado). Son dos idiomas que hablo, leo y escribo con bastante fluidez y que me han servido mucho en mi actual trabajo. Italiano y Japonés, estoy aprendiendo de manera autodidacta, aunque no me vendrían mal unas clases de la mano de alguna profesora calificada. Francés y Alemán son mis dos asignaturas pendientes, pero hay una que viene ganando posiciones: el Chino. Habiendo crecido tanto la comunidad china en nuestra ciudad me parece que no aprender Chino sería desperdiciar una buena oportunidad. Y hablando de buenas oportunidades chinas:
Hace un par de años, en el bar de una esquina que queda cerca de casa, habían pegado un cartel tosco, escrito en imprenta con marcador en hoja de agenda que decía:
"Clase de chino.
Todo los jueves 7 de tarde.
Vale 1 cafe."
Todo los jueves 7 de tarde.
Vale 1 cafe."
Durante tres jueves me desviví para salir lo antes posible del trabajo, pero fue imposible. Existe una regla que dice "Cuanto más apurado estés por salir a la calle, mayor cantidad de quehaceres te retendrán". Los tres jueves fueron de un ratito más, y otro más, y otro más. Llegaba al bar a las siete y media, para enterarme de que el sr. chino se había ido porque nadie había respondido a su mensaje. El cuarto jueves pedí salir diez minutos antes. Como tenía previsto, salí justo a mi horario formal de salida. Corrí como llevado por los demonios. Hasta le pedí al colectivero que por favor, hiciera lo más rápido posible. Llegué al bar con la lengua por el piso, el nudo de la corbata deshecho y los pelos parados. El dueño del bar me dijo que el chino no iba mas, que todo había sido en vano y que en este país nadie quiere ampliar su nivel intelectual accediendo a nuevos conocimientos.
Ese día aprendí a putear en Arameo.